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lunes, 31 de diciembre de 2018

"El Cabrón"

Vosotros pensaréis que el nombre por el que se me conoce es debido a mí aspecto de macho cabrío. Bueno, no se podría decir que estáis totalmente equivocados pero os falta muy poco. Quizás, antes de explicaros el por qué, sería mejor que empezara presentando la naturaleza de mí ser. Soy un espíritu. Sí, no es broma, lo soy. Comprendo vuestra incredulidad, pero aunque no os lo creáis, hay muchos espíritus pululando alrededor de vosotros y todos con aptitudes diferentes.
Por ejemplo; está el del fuego, el de la naturaleza, el del viento, también mi colega Dioni, el del vino, que es un cachondo mental pero no hay quien lo pille sobrio. Luego está el del agua, el de la tierra y, como ya supondréis, un larguísimo etc…
En mi caso, lo que me gusta es joder relaciones. Sí, no lo puedo remediar. Es ver a una parejita feliz y se me hace la boca agua pensando en cómo se la voy a liar parda. ¿Qué cómo lo hago? Pues colándome en sus conciencias. A unos les susurro para que sospechen que sus parejas les son infieles hasta que la paranoia les hace romper. A otros les hago pensar en la compañera de trabajo más que en su esposa. Hay algunas a las que les meto en la cabeza un amor platónico e idílico que jamás encontrarán. A muchas de ellas las engaño para que se sientan más maravillosas de lo que son y les instigo a dejar a su pareja, para que luego se estrellen contra la realidad y acaben llorando por los rincones completamente arrepentidas. Hay tíos a los que embauco para que al verse en el espejo crean que son adonis y desprecien a todo el mundo porque no están a su altura de excelencia. Claro está, cuando al final ven que no ligan ni con una bruja verrugosa, acaban rondando lugares oscuros salpicados con luces de neón…
¿Amigos y familiares? También, nadie escapa a mis maquiavélicos planes. A unos les enfrento por dinero, a otras les hago seducir al novio de la amiga, a algunos les provoco para discutir por política, religión o lo que se me ocurra.
El caso es joderles porque, os guste o no, soy feliz así.

Pero no me juzguéis mal porque me encante retorceros la vida, por favor. Simplemente lo hago porque fui creado para ello, es lo que sé hacer y disfruto una barbaridad porque en el fondo, además de por mi físico, soy un cabrón. Un tremendo y auténtico cabrón. Así que ya sabéis, guardadme el secreto porque de no hacerlo siempre podré susurrarle algo en la conciencia a vuestras parejas, y no querréis eso, ¿verdad? Sí, ya os imagino negando enérgicamente. Aunque pensándolo bien, no podéis elegir porque os joderé igualmente. No olvidéis que solo yo decido cuando hacer una cabronada, y no tengáis la menor duda de que estoy preparando la próxima. ¿Seréis vosotros? No sé, pero si yo me encontrara en vuestro lugar, no estaría demasiado tranquilo, je, je.

Pepe Gallego

domingo, 14 de octubre de 2018

"Troll" (English)


Twisted trees, destroyed houses, devastated villages … The trail of blood, death and destruction in his path seemed to have no end. Men, warriors of chaos, elves, animals and all kind of beasts hung skewered on his macabre collar as trophies. Everything that was on the way of that enormous being, fell prey to his unbridled brutality. All but the one he was looking for with anxiety and desperation. That member of a race who thought long ago extinct in the war against them, the trolls, and who now had executed his revenge in cold blood by snatching his offspring and interrupting the lineage. The humans of the mountains had seen how the ogre, they called “Kannibaal”, was not content to kill the young troll, but also decapitated him; taking with him a piece of skull which he placed with strings as a shoulder pad. Too much pain to be ignored. Night after night for weeks, he had chased his trail through the mountains, forests and moors, but the ogre moved faster by day than he did at night, so he could not reach him. But at some point, whatever the reason, he would have to stop. And that moment would be used by him to kill and devour him.

With the obsession with kannibaal burned into his brain, he went down a slope and glimpsed in the distance a village in flames accompanied by cries. The troll understood that the ogre had recently passed by there or it could even be the case that he still remained in those lands. He hurried but always close to the rocky walls or zigzagging through the trees, looking for the thickest darkness that the surprise factor provided. But when he was close to edge of the village, a bang made him turn his head to the moors. In the darkness it was difficult to see, but the trolls had a magnificent night vision since it was the environment in which they moved, and quickly he detected the silhouette of the stone sanctuary. Automatically, he looked at the grass and easily discerned the footprints of a being, which according to the footsteps, should be around four meters. It was a big ogre, no doubt, but it was still at a disadvantage compared to his more than seven meters. Verslinder, that is to say “devourer”, as the inhabitants of the highlands nicknamed that imposing and angered troll, pulled up a young tree that was next to him, held it up with both arms like a gigantic spear, and began to run towards the sanctuary. There, “kannibaal”, to whom barely managed to stop, Toorn and Woeden, two warriors of chaos; was completely oblivious to the annoyed mass that in seconds would come upon him by surprise.


Translated by
Pepe Gallego                                                        Ariadna B. Alonso

"Trol"


Árboles retorcidos, casas destruidas, aldeas arrasadas…El reguero de sangre, muerte y destrucción a su paso parecía no tener fin. Hombres, guerreros del caos, elfos, animales y bestias de todo tipo pendían ensartados en su macabro collar como trofeos. Todo cuanto se cruzaba en el camino de aquel enorme ser, caía presa de su desatada brutalidad. Todo menos a quien buscaba con ansia y  desesperación. Ese miembro de una raza que pensaban extinguida mucho tiempo atrás en la guerra contra ellos, los trols, y que ahora había ejecutado su venganza a sangre fría arrebatándole a su vástago e interrumpiéndole el linaje. Los humanos de las montañas vieron como el ogro al que llamaban “Kannibaal”, no se contentó con dar muerte al joven trol, sino que lo decapitó llevándose consigo un trozo de cráneo que se colocó con cuerdas a modo de hombrera. Demasiado dolor para ser ignorado. 
Noche tras noche durante semanas, había perseguido su rastro a través de montañas, bosques y páramos, pero el ogro se movía más rápido de día que él de noche, por lo que no lograba alcanzarle. Pero en algún momento, por la razón que fuese, tendría que detenerse. Y ese instante sería aprovechado por él para matarlo y devorarlo.

Con la obsesión por Kannibaal grabada a fuego en su cerebro, bajó por una ladera y vislumbró a lo lejos un poblado en llamas donde los gritos se sucedían. El trol entendió que el ogro habría pasado recientemente por allí o incluso podría darse el caso de que aún permaneciera en esas tierras. Apresuró el paso pero siempre pegado a las rocosas paredes o zigzagueando entre los árboles, buscando la más espesa oscuridad que le proporcionara el factor sorpresa. Pero cuando se hallaba cerca de los lindes de la aldea, un estruendo le hizo girar la cabeza en dirección a los páramos. En las tinieblas era difícil de ver, pero los trols poseían una magnífica visión nocturna pues era el medio en el que se movían, y rápidamente detecto la silueta del santuario de piedra. Automáticamente miró a la hierba y vislumbró fácilmente las huellas de un ser, que a tenor de las pisadas, debía rondar los cuatro metros de envergadura. Era un ogro grande, sin duda, pero seguía estando en desventaja ante sus más de siete metros. Verslinder, es decir “devorador”, como apodaban los habitantes de las tierras altas a aquel imponente y encolerizado trol, arrancó un árbol joven que había junto a él, lo sostuvo en alto con ambos brazos a modo de gigantesca lanza, y comenzó a correr en dirección al santuario. Dentro, “Kannibaal”, al que a duras penas lograban frenar Toorn y Woedend, dos guerreros del caos, estaba completamente ajeno a la alterada mole que en segundos se le vendría encima por sorpresa.

Pepe Gallego

jueves, 27 de septiembre de 2018

"Hispalis" (english)


He wandered aimlessly through the streets of the old Sevillian town, immersed in his musings. It was the first hours of a cold January evening and it had been raining all day as usual during the last week. Now it did it with less intensity, but the inclement gusty wind caused the drizzle and the cold to be biting, and the few passers-by who ventured to face such a panorama, either by labour obligation or by matters that required to cross the streets of downtown, imbued their faces behind the raised collars of their coats to mitigate, as far as possible, that unpleasant laceration.
Not John, he simply walked aimlessly. He did not seem to make a dent in the storm because his mind abstracted him from everything around. An exhausted, outdated, overcome by circumstances thought. After the quarantine of springs, he couldn´t understand how he had reached the point of not believing in how the people around, even in an ephemeral way, enjoyed. Love…Why did he refuse again and again to enjoy that feeling? He was not a bad-tempered man. On the contrary, he used to overflow sympathy in his day to day without falling into the caricature of the tired clown. He was a hard worker, a reasonable cultured person, with an education and values that were more than acceptable. Yes, he had his faults like everyone else and he was aware of them, and maybe he was not physically and Adonis, but he was not an ugly guy either and the proof was that it didn´t take too long without some female feeling attraction for him. So, what was wrong? Why did none of these women really bet on him? John wasn´t, as it is said, a “womanizer”, he really wanted to meet someone who truly showed him that she really wanted to know him, someone who felt the need to see him, to be with him. But the reality was that he did not get it, no matter how hard he tried.

After a long time entangled in his reflections, his feet took him to the Air alley. Halfway through it, he passed a massage and Arab baths premises, looked inside and stopped walking. Behind the glass door, the dark face of a woman grabbed his attention. The girl, who at that moment was chatting with a colleague, exhibited a cheerful pearly smile and a beautiful almond shaped eyes that dazzled John´s gesture. But soon he thought that such a girl, with that beauty and at least ten years younger, would never notice someone like him, an outmoded man of reached maturity, or as he used to say, that the second half of his game had already begun.
With that conclusion in his mind, he lifted the collar of his leather jacket and continued walking down the alley. Meanwhile, inside those Arab baths, the girl gave a kind of jump and turned off her smile while looking towards the door.
—What's happening to you? —Asked his colleague to see the unusual reaction.
—Nothing, I've felt a chill —Azucena answered, still looking at the empty entrance to the enclosure that was only usurped by the gusting drizzle.

John, who continued walking until the end of the passage, turned the corner towards Mármoles Street and found those three Roman columns so striking and that always made him to stop and admire them, although most of the time he stopped before them because they brought him a kind of serenity that allowed him to immerse himself in his thoughts. He didn´t know exactly why that happened to him in front of the beautiful white columns, since he was not an architecture expert and, although he liked the history of the city, he was not a passionate either. However, without knowing it, whenever he passed by, he would stare at them in silence while his brain discerned the problems through his convoluted mental corridors. However, without knowing it, whenever he passed by, he stared at them in silence while his brain discerned the problems through his convoluted mental corridors.
The columns could be completely seen in summer even though they were lower than the street level, but in winter they were used to be covered almost half way by the water, plants and flowers due to the rains, and this was precisely the case.
John leaned on the grey grille that separated him from the pit where they were, looking to the water lilies which were floating on water hit by the fine drizzle and between which leaped a small frog. He closed his eyes and started to meditate on his bad luck with the opposite sex, and for a moment the anguish broke the usual strong and cheerful personality that characterised him. He was not the type of man who cry easily, quite the contrary, he was the typical tough guy who try to hide his worst moments by disguising them with a mask of carnivalesque smile or by shutting up the crying in a prison of haughty pride. Nevertheless, at that moment he felt miserable and could not prevent that ball of anguish climbing his throat to his eyes, moistening them with the salty secretion.

After a few seconds, he swallowed hard trying to calm himself and then he felt as if someone was looking at him. He turned his head to see that there was no one there. But when he looked back at the columns, he froze at what his eyes saw. The frog, which moments before was jumping between the leaves, clung to the hand of a girl who was half submerged in the water and who was staring at him without paying attention to the amphibian. A pale-skinned girl with half-dark brown hair and half green that matched with her big emerald eyes. She looked at him with a calm expression and a shy smile drawn on his lips.
— Who are you? — asked John incredulous.
The girl said nothing, but the leaves and water lilies that floated on the improvised pond started to swirl around her to place in such a way that hey formed a name.
—Astela…—he blabbed— But, how have you done that? It can´t be! — And putting his hands on his face, he concluded— it must be my imagination, I must be going crazy.
—This is real —the voice penetrated John´s mind without passing through his ears— your imagination has nothing to do with it. I´m in town since it was called Hispalis. Do not be scared, I´m going to help you.
Very slowly, John uncovered his face lowering his hands, and looked at her again.
—Why me? I´m nobody, why have you chosen to help me from so many people?
—Because every winter, when these columns inundate, I look at you passing by.
—But I´ve never seen you.
—I choose who and when you can see me.
—And what reason has driven you to show yourself today and want to help me?
—Your heart.
—My heart? Can you see it?
—No, but I can feel it. And for the first time in times you have stopped in this place, I´ve felt a soul that darkened drowned in the uneasiness and bitterness.
John lowered his eyes assuming the truth that Astela had found out and until that moment only he thought he knew.
At that instant, footsteps seemed to approach. Footsteps with the classic sound that the hooves of the horses usually make, but whose rhythm didn´t match with a quadruped like an equine, because they sound like a biped. John looked at Astela and she looked towards the Air alley. She looked at him again and said:
—It is coming.
—How? Who is coming?
—I think Haiiaa has already found a remedy to light up your darkness.
—What? Who is Haiiaa? What remedy?
—Not only there are deities like me in Seville. They are terrestrial and from other eras, as when the Muslims called the city Isbiliya.
John, who was looking at that moment to the corner where those footsteps were heard closer and closer, heard the water nymph say:
—But calm down, she knows what she does.
He turned to look at Astela but there was no trace of her, only waves in the water and the frog coming out of it climbing a creeper.

The sound of the hooves was already at the bend and John held his breath waiting to see another spirit, but what he saw left him perplexed. The dark complexion, the beautiful jet-black hair and the almond-shaped eyes met his gaze. She gave him the snowy smile he saw through the glass of the Arab baths a while before, breaking the silence with a "hello" that made him shudder, and barely managed to return the greeting by initiating a conversation. Meanwhile, a half-woman, half-deer shadow slithered on the way to the Royal Alcazares, observed by eyes from the small pond that bathed the Roman columns. Emerald eyes.
Translate by
Pepe Gallego                                                        Ariadna B. Alonso

"Híspalis"


Vagaba, sin rumbo, por las calles del casco antiguo sevillano, inmerso en sus cavilaciones. Eran las primeras horas de una fría tarde de enero, llevaba lloviendo todo el día como había sido habitual durante la última semana. Ahora lo hacía con menor intensidad, pero el desapacible viento racheado provocaba que la llovizna y el frío fuesen cortantes, y los pocos transeúntes que se aventuraban a enfrentar semejante panorama, bien por obligación laboral o por asuntos que requerían atravesar las calles del centro, imbuían sus rostros tras los alzados cuellos de sus abrigos para mitigar, en la medida de lo posible, aquella desagradable laceración.
Juan no, simplemente paseaba sin rumbo fijo. No parecía hacerle mella el temporal pues su mente le abstraía de todo a su alrededor. Un pensamiento agotado, trasnochado, vencido por las circunstancias. Cumplida la cuarentena de primaveras, no lograba entender cómo había llegado al punto de no creer ya en lo que veía disfrutar, aunque fuese de forma efímera, a otras personas de su entorno. El amor… ¿Por qué se le negaba una y otra vez disfrutar de ese sentimiento? Él no era un hombre malhumorado. Al contrario, solía desbordar simpatía en su día a día sin caer en la caricatura del payaso cansino. Era muy trabajador, una persona razonablemente culta, con una educación y valores más que aceptables. Sí, tenía sus defectos como todo el mundo y él era consciente de ellos, y quizás no fuese físicamente un adonis, pero tampoco era un tipo feo y la prueba era que no pasaba demasiado tiempo sin que alguna fémina sintiera atracción por él. Entonces, ¿qué fallaba? ¿Por qué ninguna de esas mujeres apostaba realmente por él? Juan no era, como se suele decir, un “picaflor”, realmente buscaba conocer a alguien que demostrase que quería conocerle de verdad, que sintiera verdadera necesidad por verle, por estar con él. Pero la realidad era que no lo conseguía por más que se esforzara.

Tras un buen rato enredado en sus reflexiones, los pies le llevaron al Callejón del Aire. A mitad del mismo, pasó junto a un local de masajes y baños árabes, miró hacia adentro y detuvo su caminar. Tras la puerta de cristales, el moreno rostro de mujer llamó poderosamente su atención. La muchacha, que en esos momentos charlaba animosa con una compañera, exhibía una nacarada sonrisa jovial y unos preciosos ojos almendrados que embobaron el gesto de Juan. Pero pronto pensó que una chica así, de esa belleza y con al menos diez años menos, jamás repararía en alguien como él, un trasnochado hombre de alcanzada madurez, o como él solía decir, que ya había comenzado el segundo tiempo de su partido.
Con esa conclusión en su cabeza, alzo el cuello de su cazadora de cuero y continuó andando callejón abajo. Mientras, en el interior de aquellos baños árabes, la muchacha dio una especie de respingo y apagó su sonrisa girándose a mirar hacia la puerta.
—¿Qué te ocurre? —preguntó su compañera al ver la inusual reacción.
—Nada, he sentido un escalofrío —contestó Azucena sin dejar de mirar hacia la vacía entrada del recinto tan solo usurpada por la racheada llovizna.

Juan, que continuó andando hasta el final del pasaje, torció la esquina hacia la Calle Mármoles y se encontró con aquellas tres columnas romanas tan llamativas y que siempre provocaban que se parara a admirarlas, aunque la mayor parte de las veces se detenía ante ellas porque le aportaban una especie de serenidad que le permitía sumergirse en sus pensamientos. No sabía exactamente por qué le ocurría eso ante las preciosas y blancas columnas, pues no era un entendido en arquitectura y, aunque le gustaba la historia de la ciudad, tampoco era un apasionado. Sin embargo, sin saberlo, siempre que pasaba por allí se quedaba contemplándolas en silencio mientras su cerebro discernía los problemas a través de sus enrevesados corredores mentales.
Las columnas podían verse completamente en verano aun estando en un nivel inferior al de la calle, pero en invierno solían estar cubiertas hasta casi la mitad por agua, plantas y flores debido a las lluvias, y este era precisamente el caso.
Juan se apoyó en la gris reja que le separaba del foso donde se hallaban, observando los nenúfares que flotaban en el agua golpeados por la fina llovizna y entre los cuales saltaba una pequeña rana. Cerró los ojos y comenzó a meditar sobre su mala suerte con el sexo contrario, y por un momento la angustia quebró el habitual fuerte y alegre carácter que le presidía. No era un tipo de lágrima fácil, más bien al contrario, era el clásico tipo duro que intenta ocultar sus peores momentos disfrazándolos con una máscara de sonrisa carnavalesca o encerrando el llanto en una cárcel de altanero orgullo. Sin embargo, en aquel momento se sentía desgraciado y no podía evitar que esa bola de angustia le escalara la garganta hasta sus ojos, humedeciéndolos con la salada secreción.
Tras unos segundos, tragó saliva tratando de serenarse y entonces notó como si alguien lo mirara. Giró la cabeza para ver que allí no había nadie. Pero al volver la vista hacia las columnas, se quedó petrificado ante lo que veían sus ojos. La rana, que momentos antes saltaba entre las hojas, se aferraba al torso de la mano de una muchacha que se hallaba semi sumergida en el agua y le estaba mirando fijamente sin prestar atención al anfibio. Una chica de pálida piel, con un pelo mitad moreno y mitad color verde que hacía juego con sus grandes ojos esmeralda. Le observaba con expresión calmada y una tímida sonrisa dibujada en sus labios.
—¿Quién eres tú? —preguntó Juan incrédulo.
La muchacha no emitió palabra alguna, pero las hojas y nenúfares que flotaban en el improvisado estanque se comenzaron a arremolinar a su alrededor para colocarse de tal manera que formaron un nombre.
—Astela…—Balbuceó él— Pero ¿cómo has hecho eso? ¡No puede ser! —Y echándose las manos a la cara, concluyó— tiene que ser producto de mi imaginación, me debo estar volviendo loco.
—Esto es real —la voz penetró en la mente de Juan sin pasar por sus oídos— tu imaginación nada tiene que ver. Estoy en la ciudad desde que la llamaban Híspalis. No tengas miedo, voy a ayudarte.
Muy despacio, Juan fue destapándose la cara bajando las manos, y volvió a observarla.
—¿Por qué yo? No soy nadie, ¿por qué de entre tanta gente has elegido ayudarme a mí?
—Porque cada invierno, cuando estas columnas se anegan de agua, te observo al pasar por aquí.
—Pero yo nunca te he visto a ti.
—Yo elijo quién y cuando me puede ver.
—¿Y qué razón te ha impulsado a dejarte ver hoy y querer ayudarme?
—Tu corazón.
—¿Mi corazón? ¿Acaso puedes verlo?
—No, pero sí puedo sentirlo. Y por primera vez en las veces que te has detenido en este lugar, he sentido un alma que se oscurecía ahogada en la desazón y la amargura.
Juan bajó la mirada asumiendo la verdad que Astela había descubierto y que hasta ese momento solo él creía saber.
En ese instante, unas pisadas parecían acercarse. Unas pisadas con el sonido clásico que suelen hacer los cascos de los caballos, pero cuyo ritmo no concordaba con el de un cuadrúpedo como el equino, pues parecían de un bípedo. Juan miró a Astela y esta viró la vista hacia el Callejón del Aire. Volvió a mirarlo y dijo:
—Ya viene.
—¿Cómo? ¿Quién viene?
—Creo que Haiiaa ya ha encontrado un remedio para iluminar tus tinieblas.
—¿Qué? ¿Quién es Haiiaa? ¿Qué remedio?
—No solo hay deidades como yo en Sevilla. Las hay terrestres y de otras épocas, como cuando los musulmanes llamaban a la ciudad Isbiliya.
Juan, que miraba en ese instante hacia la esquina por donde se escuchaban cada vez más cerca esas pisadas, oyó decir a la ninfa del agua:
—Pero tranquilo, ella sabe lo que hace.
Él se giró para mirar a Astela pero no quedaba ni rastro de ella, tan solo unas ondas en el agua y la rana saliendo de la misma encaramándose a una enredadera.
El sonido de los cascos llegaba ya al recodo y Juan contuvo la respiración esperando ver a otro espíritu, pero lo que observó le dejó perplejo. La tez morena, la preciosa melena azabache y los almendrados ojos se cruzaron en su mirada. Ella, le obsequió con la nívea sonrisa que vio a través del cristal de los baños árabes un rato antes, rompiendo el silencio con un “hola” que le hizo estremecer, y a duras penas logró devolver el saludo iniciando una conversación. Mientras, una sombra mitad mujer mitad ciervo, se deslizaba en dirección a los Reales Alcázares observada por unos ojos desde el pequeño estanque que bañaba las columnas romanas. Unos ojos color esmeralda.

Pepe Gallego

miércoles, 4 de julio de 2018

"Igrak" (English)

She was small, squalid and physically weak in comparison with all those who were born in her time. It was done what it was usual to do with the newborns that did not present the physical canons that the race of the orcs required, discard it. She was taken to the great crevice between the cliffs, along with other wretched babies, where she was abandoned to certain death. But a couple of days later, one of the old orcs who patrolled the boundaries, heard a strange sound that the meandering wind between the colossal mountain dragged in an echo. Motivated by curiosity, he went down to the area where there were lots of small bodies, some recently dead, others decaying chewed by the rats, and in the vast majority there was only a skeleton left. To his surprise, he found still alive and crying, that insignificant creature. It seemed impossible that it still breathe, but the merit of clinging to the life of the tiny being prompted the old orc to take her back.

The girl survived and grew up under the protection of her rescuer, who called her Igrak. But he died when she was only six years old, so she was handed over to a family of unscrupulous orcs. They treated her with blows, they chained her like a vermin for the sole purpose of doing the most unpleasant tasks, was fed with the bones and leftovers of their own food. But at the age of fourteen, one of the multiple beatings to which she was subjected by the head of the family, this time in public in the middle of one of the town squares, Igrak took advantage of a neglect and bit with all her might the back of his right knee, bringing in tissues, muscles and ligaments. The surprise orc fell down screaming in pain, and before he could go back on his feet, Igrak leaped on him with a large stone gripped with both hands, and began to hit his face with all the strength that conferred the anger and hatred accumulated during years. No one dared stand in the fierce scene. Only when the orc´s face was a bloody and misshapen mess, did a young warrior take the stone away from Igrak and, to everyone´s astonishment, held out her hand to get her up.
That same day the young woman joined the warrior hordes where she was placed in front, right in the place of those who first die in battle, but far from bowing to the inevitable, she was surviving while developing her small body to become a vigorous and bone-crushing warrior thanks to an innate aggressiveness and ability to fight.

Now she has the respect of all her fellows, including Rykur, that warrior who one day snatched the bloody stone that gave her the freedom, and now fought side by side with his female, Igrak herself.


Translated by
Pepe Gallego                                                        Ariadna B. Alonso

“Igrak”

Pequeña, escuálida y endeble físicamente en comparación con todas las que nacieron en su tiempo. Se hizo lo habitual con los recién nacidos que no presentaban los cánones físicos que la raza de los orcos requería, descartarla. Fue llevada a la gran grieta entre los riscos, junto a otros desdichados bebes, donde fue abandonada a una muerte segura. Pero un par de días después, uno de los viejos orcos que patrullaban los lindes del territorio, escuchó un extraño sonido que el viento serpenteante entre la colosal montaña arrastraba en forma de eco. Motivado por la curiosidad, bajó a la zona donde se hacinaban montones de pequeños cadáveres, unos recién muertos, otros en descomposición mordisqueados por las ratas, y en la gran mayoría solo quedaba el esqueleto. Para su sorpresa, encontró aún con vida y llorando a aquella insignificante criatura. Parecía imposible que aún respirara, pero el mérito por aferrarse a la vida del diminuto ser impulsó al viejo orco a llevarla de vuelta. 

La niña sobrevivió y se crió al amparo de su rescatador, quien le puso por nombre Igrak. Pero este murió cuando ella solo contaba con seis años, así que fue entregada a una familia de orcos sin escrúpulos. La trataban a base de golpes, la encadenaban como a una alimaña con el único fin de hacer las labores más desagradables, le daban de comer los huesos y sobras de su propia comida. Pero a los catorce años, en una de las múltiples palizas a las que era sometida por el cabeza de familia, esta vez en público en mitad de una de las plazas del poblado, Igrak aprovechó un descuido de este y mordió con todas sus fuerzas la parte trasera de su rodilla derecha, trayéndose en el bocado tejidos, músculos y ligamentos. El sorprendido orco cayó hacia atrás gritando de dolor, y antes de poder rehacerse, Igrak se abalanzó sobre él con una gran piedra agarrada con ambas manos, y comenzó a golpearle la cara con todas las fuerzas que le conferían la ira y el odio acumulados durante años. Nadie osó interponerse en la encarnizada escena. Tan solo cuando el rostro del orco era un amasijo sanguinolento y deforme, un joven guerrero le arrebató a Igrak la piedra y, para sorpresa de todos, le tendió la mano para que se levantara.
Aquel mismo día la joven ingresó en las hordas guerreras donde era colocada al frente, justo en el lugar de las que mueren primeras en batalla, pero lejos de doblegarse a lo inevitable fue sobreviviendo al tiempo que desarrolló su menudo cuerpo hasta convertirse en una recia y fortísima guerrera gracias a una agresividad y habilidad innatas para la lucha.

Ahora tiene el respeto de todos sus congéneres, incluido Rykur, aquel guerrero que un día le arrebató la piedra ensangrentada que le otorgó su libertad, y que ahora luchaba codo con codo junto a su hembra, la propia Igrak.

Pepe Gallego